Navidad es Jesucristo ¿A qué nos invita la Navidad?

Juan David Arango & Vanessa Montes

12/24/20247 min read

Generalmente, la época de Navidad es una de las épocas favoritas por la mayoría. Las familias se reúnen, los regalos abundan y las luces de la ciudad brillan con más intensidad y variedad de colores que nunca. Es una época singular, pero ¿es este el verdadero significado de la Navidad?. La palabra Navidad proviene del latín nativitas, que significa nacimiento. La usamos específicamente para referirnos a la celebración del nacimiento de Jesús. En este artículo, exploraremos brevemente el trasfondo y el significado sublime de esta celebración: La Luz verdadera que alumbra a todo hombre, el mejor Regalo que se ha obsequiado alguna vez y que nos une a la familia de Dios, había llegado a este mundo.

I. La eternidad de Jesús (y Su humildad al hacerse humano)

En esta época recordamos mucho a Jesús, pero ¿Qué tanto conocemos de Él? Muchos entenderán Su influencia en la historia y habrán oído de Sus enseñanzas. Comprenderán algo de lo singular y auténtico de Su humanidad. Pero la Biblia nos enseña que Su comienzo no se limita al nacimiento de un humano encerrado en la dimensión temporal. Las Escrituras afirman con categoría que, Aquel personaje particular, que dividió la historia de la humanidad, ha sido desde la eternidad (Miqueas 5:2). En cierta ocasión, Jesús dijo a los judíos (previo a que ellos quisieran apedrearlo): «antes de que Abraham fuese, Yo soy» (Juan 8:58). Con esta expresión, Yo soy, Jesús no solo hace referencia a Su existencia mucho antes de Abraham, sino también a Su identidad con el nombre mismo de Dios (Éxodo 3:14). Jesús ha compartido la gloria del Padre desde antes de que el mundo fuera creado (Juan 17:5). De hecho, ¡Él mismo es el Autor de la creación! (Hebreos 1:10). En cierto sentido, los ángeles hacían algo similar a nosotros hoy cuando cantamos en Navidad. Solo que de manera superlativa y majestuosa: miríadas de ángeles cantando a su Creador, el Alfa y la Omega, el que era, que es y que ha de venir, el Todopoderoso (Apocalipsis 1:8), dando gloria y honor al Rey eterno. ¿Es este el Jesús que conocemos? ¿Un Rey eterno? Porque en Navidad cantamos acerca del nacimiento de un niño tierno y humilde. ¿Cómo es que el Rey eterno llegó a ser este niño tierno y humilde?.

II. Profecía del nacimiento de Jesús (La promesa de redención)

Desde la caída del hombre, Dios en Su misericordia diseñó un plan de redención para la humanidad. Génesis 3:15, conocido como el protoevangelio, ilustra cómo la simiente de la mujer, es decir, Cristo, heriría en la cabeza a la serpiente (Satanás). Esto tuvo su cumplimiento en la victoria definitiva de Cristo en la cruz (Hebreos 2:14). Este plan redentor fue anunciado también en muchas ocasiones y de muchas maneras por los profetas (Hebreos 1:1). Estos tenían como misión darnos a conocer los propósitos de Dios, Su voluntad y Su obra salvífica. De manera que estos mensajeros profetizaron siglos antes con detalle la encarnación de nuestro Salvador. Por ejemplo, Isaías anunció: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14). Emanuel significa «Dios con nosotros». ¡Esto subraya la realidad de que en Jesucristo, el mismo Dios vendría a habitar entre nosotros! También nos habla de María, quien aún no se habría casado cuando concibió a Jesús, es decir, aún era virgen (Mateo 1:25). Dios continuó revelándonos que este santo Ser que nacería vendría de la descendencia del rey David (Isaías 11:1-2). En otra ocasión, el profeta Miqueas anunció la ubicación específica del nacimiento de Jesús: «Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad» (Miqueas 5:2). ¡Este pasaje menciona la eternidad de este Gobernante que nacería humanamente en un pequeño pueblo, Belén! Isaías nos detalla cómo este niño que nacería tendría atributos propiamente de un Ser divino: «Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre Sus hombros. Y se llamará Su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). Una vez más, Isaías resalta un nacimiento sin precedentes: ¡La promesa del Soberano Dios que se encarnaría para nuestra redención! Esto es porque Jesucristo, siendo Dios desde la eternidad, debía hacerse como uno de nosotros y tener un cuerpo humano, para ser el único sacrificio perfecto y propicio al Padre. Por eso Jesucristo dice: «Sacrificio y ofrenda no has querido, Pero un cuerpo has preparado para Mí; En holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido. Entonces dije: “Aquí estoy, Yo he venido (En el rollo del libro está escrito de Mí) Para hacer, oh Dios, Tu voluntad”» (Hebreos 10:5-7).

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«Jesucristo, siendo Dios desde la eternidad, debía hacerse como uno de nosotros y tener un cuerpo humano, para ser el único sacrificio perfecto y propicio al Padre»

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III. El nacimiento de Jesús (El cumplimiento de la promesa)

Las promesas que Dios había hecho acerca del nacimiento de Cristo se cumplieron de manera precisa. Dios, de una manera milagrosa, a través del vientre estéril de Elizabeth, envió a Juan el Bautista con el propósito de preparar el camino del Mesías prometido. Es por esto que Lucas nos narra la historia excepcional de su nacimiento (Lucas 1:5-24; 1:57-66). La importancia de este precursor se basa en la persona a la que antecedía: ¡a Jesús! cuyo nombre significa “Salvador”. Por eso leemos lo que Zacarias lleno del Espíritu Santo exclamó con un profundo agradecimiento: “Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo, Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo” (Lucas 1:68-69).

María, una mujer de Galilea, estando en su casa, recibió un saludo poco común: «¡Salve muy favorecida! El Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres». El ángel Gabriel se dirigía a ella con una noticia particular. Un profundo asombro y temor sobrecogió a María. El ángel le dijo: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lucas 1:31-33). Ella estaba a punto de participar del inconcebible privilegio de ser un instrumento para la venida del Salvador. Y así, Dios daba cumplimiento a Sus promesas, María, siendo virgen, concibió por el Espíritu Santo y dio a luz a Jesús (Mateo 1:25). ¡Paradójicamente, el Rey del universo nacía en un humilde pesebre! Unos pastores que se encontraban cerca de esta región fueron partícipes al recibir buenas nuevas de gran gozo. Había nacido en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor. Inmediatamente apareció una multitud de ángeles que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace» (Lucas 2:14). Es decir, Dios en su grandiosa misericordia quiso mostrar Su favor para los perdidos que vendrían a Él y pondrían toda su confianza en Jesucristo para vida eterna.

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«En el pesebre se muestra Su disposición de identificarse con nuestra humanidad y en la cruz Su entrega sacrificial para redimirnos del pecado»

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IV. ¿A qué nos invita la Navidad?

La Navidad nos hace una clara invitación: Primero, nos invita a vivir en gratitud con Dios. Debemos tener presente que esta celebración tiene como objetivo original recordar el amor de nuestro Salvador. Un amor que se manifestó de manera tangible al nacer como un hombre y humillarse voluntariamente para salvarnos. En el pesebre se muestra Su disposición de identificarse con nuestra humanidad, y en la cruz Su entrega sacrificial para redimirnos del pecado. Este es el corazón de la Navidad: La Gracia y el Don de Dios encarnados en Jesús. Como cristianos, debemos comprender que este inmensurable Don, es decir, Jesús, es el único medio para tener acceso a un Dios santo. ¡Qué refresco para nuestras almas el saber que estamos en paz con Dios! No por nuestras obras, no por nuestra justicia, sino solo por la sangre del Salvador. Aquel Salvador que un día se introdujo en Su mundo como un pequeño niño en un humilde pesebre. Como dijo C.S. Lewis: «Hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre, algo más grande que el mundo». Esta es la magnitud del amor de Dios para con nosotros, darnos como Obsequio algo más grande que el mundo. Esto debe inundar nuestros corazones de gratitud…

Segundo, la Navidad nos invita a imitar a Jesús en Su humildad y obediencia. Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Más bien tomó forma de hombre, tuvo empatía por nuestra miseria y obedeció hasta la muerte de cruz (Filipenses 2:8). Así también nosotros somos llamados a reflejar eso con otros. ¡La Navidad nos invita a seguir Sus pisadas! No ocuparnos únicamente de nuestros intereses, sino también, en una actitud humilde, ocuparnos de los intereses de los demás (Filipenses 2:4). La humildad y la obediencia son virtudes ejemplares desplegadas en Jesús por medio de Su encarnación y sustitución. Parecernos a Él es el propósito central de Dios para cada creyente (Romanos 8:29). Dios nos guíe a imitar a Cristo en Su humildad y obediencia.

Tercero, la Navidad también nos invita a anunciar el evangelio. La celebración de la Navidad se centra en que la misericordia de Dios ha sido traída a nosotros. Así también nosotros debemos llevarla a los demás. Es común escuchar villancicos a nuestro alrededor y ver pesebres prolijos. Pero, extrañamente, no es tan común una comprensión profunda de la misión de Jesús al venir al mundo. Aprovecha esta Navidad para hablar con tus conocidos, amigos y familiares acerca de la muestra más grande del amor de Dios para con la humanidad: Jesucristo. ¡Que Dios nos dé denuedo, amor y valentía para hablar de aquel Regalo de valor infinito, de la Luz verdadera que nos ilumina y que nos unió a la familia de Dios!